perder hábitos
leo: Fermín Herrero, El tiempo de los usureros
veo: Edificio Windsor, estructura.
oigo:Calexico (otra vez)
que nunca han llegado a ser nuestros del todo, como escribir un párrafo diario o al menos regular, parece ser lo único que se materializa en los últimos años. Pérdidas precedidas de ganancias pírricas. Hace tiempo que no escribo, el suficiente como para no saber qué contar aquí y para que las pocas veces que escriba olvide que la brevedad es la consigna del medio. No soy capaz de leer mis posts más largos. Imagino qué podrá ocurrirle a quien se encuentre con esta página.
Esto, en realidad, no es un diario íntimo. Tampoco es excesivamente público. ¿Qué nos mueve? Quizás un afán de reconocimiento en el sentido más estricto del término (y más alejado de su dimensión de popularidad). Algo como lo que mencionaba Vattimo esta mañana a propósito de Hegel y Heidegger y de la forma en que el encuentro con otro, al no ser un objeto, modifica necesariamente nuestra visión del mundo.
Quizás sólo sea a lo que aspiran todos los autores de pintadas en baños públicos de aeropuertos y estaciones. Yo estuve aquí. Resulta sospechoso y casi inhumano encontrar un baño público sin palabras de sus visitantes, como ocurre en algunos edificios públicos hipermodernos. Y cruel cuando cambian puertas y limpian paredes, aunque la intimidad en esos momentos tan delicados se agradece, porque las pintadas de los otros nos acompañan, nos vigilan (al fin y al cabo, cambian nuestra percepción del mundo).
Ayer vi de cerca los restos del Windsor. Sus arquitectos están orgullosos porque la estructura ha podido resistir al fuego. Es extraño, pero ahora que no tiene utilidad es cuando se ve el edificio verdadero.
Vuelvo en autobús de luz interior azulada todas las noches, autobuses azulados que cruzan calles artificialmente anaranjadas y llenas de coches de focos amarillentos. Me recuerdan siempre al color del yodo y de las vendas y cómo se desangran las ciudades con río por debajo de los puentes.
Mientras pienso en atrapar exactamente la luz anaranjada y el reflejo distorsionado de los focos a través de los cristales, o quizás la sensación exacta de esa luz, contemplada justo en ese sitio, pienso también en todas esas cosas que no me están prohibidas explícitamente, pero que parecen estar vedadas. Y encuentro muchas razones y nunca la definitiva.
Hasta que alguien se cruza en mi camino y me pregunta qué pasa con la desviación del circular.
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